domingo, 2 de mayo de 2010

Tarde de emociones

Lo recuerdo como si fuera ayer. Yo tenía doce años y estaba festejando el día del niño y muy felíz por mi nueva bicicleta que me habían regalado. Lo tengo muy fresco en la mente, estaba buscando una radio porque se jugaba el clásico y yo me ponía a escuchar la transmisión desde temprano. Justo cuando estaba por enchufarla mi viejo me pregunta "¿qué vas a hacer?", a lo que yo le respondí "me voy a poner a escuchar el clásico". Y el, sin perder el tiempo, me mira fijo y me dice "dejá la radio que vamos a la cancha". No puedo describir la alegría que me invadió en ese momento, saltaba, gritaba como el niño que era. Eso despertó la curiosidad de mi madre que me preguntó si me había gustado la bici ya que no hice tanto festejo como por el partido.
Tomamos el colectivo en la esquina de mi casa y a medida que la gente iba subiendo con la camiseta, se iba amontonando y empezando a cantar, ya comenzaba a contagiarme la locura que tenían los demás y a comerme la ansiedad de llegar lo más rápido posible al estadio. Llegamos y pasó lo peor, lo que nadie calculaba: no había más entradas! Lo que quedaba, le dice el hombre de la ventanilla, son entradas para socios pero nosotros no lo eramos. Viendo que la cara se me transformaba y la desazón se apoderaba de mi, mi viejo hizo lo único que podía hacer en ese momento: se arriesgó y compró las entradas para socios igual. Desde que tuve la entrada en la mano hasta que el que controla en la puerta la cortó y me dejó pasar, el miedo se apoderó de mi, pero ni bien estuve adentro me relajé y me dispuse a ser parte de un festejo y una algarabía total. Nunca había sido parte de la fiesta de la ciudad, nunca me había sentido así! Recuerdo que fue un partido trabado y que encima empezamos perdiendo por uno a cero. Y asi fue todo el partido hasta que a mitad del segundo tiempo llegó el empate y fue todo locura. El grito de ese gol, el abrazo con mi viejo y con gente que no conocía, la gastada y la esperanza de que llegara el del triunfo. Pero no, todo no se podía dar y el encuentro terminó en empate. A la salida mi viejo me compró una empanada turca, que fue la más rica que probé en mi vida, y me fui hablando hasta que llegamos a mi casa de lo que había sentido, de los colores, de la hinchada, de los goles. Me acuerdo que me dijeron que parara de hablar un poco y para mi fue imposible. El partido había sido malo, trabado y con pocas llegadas. Poco me importó, para mi había sido todo lo contrario. Yo había vivido una tarde de emociones increíbles que nunca voy a olvidar. Abrazo!

3 comentarios:

mujerdeole dijo...

Me hizo acordar a esos partidos a los que mi viejo me llevaba de chica. Es emocionante todo lo que puede lograr un partido de fútbol.
Gracias por traerlo a recuerdo Matías.
Que nunca se pierda eso, yo creo que no está perdido, tal vez hay algunos cambios, algunos rerocesos también pero hay algo en todo lo que rodea al fútbol que une más de lo que separa.

Un abrazo

mujerdeole dijo...

Ah matías, me olvidaba, te agregué a mis links, no lo hice antes calculo que porque pensé que ya estabas, pero me confundí con el otro Matías. Ahora la deuda está saldada.

Abrazo

Matías dijo...

Mujer muchas gracias!! El fútbol une más de lo que separa tal cual vos decís. Más allá de lo que pueda haber cambiado o no el fútbol, lo que no cambiará nunca es la ansiedad por ir a la cancha, las ganas de gritar un gol y si bien no hay como el primero al que uno fue, las sensaciones no varían demasiado y uno se vuelve loco como un niño en la cancha. Abrazo y de nuevo gracias!